Gioccino Rossini nació en Pésaro (Italia) en 1792, hijo de una soprano y de un músico, por lo que conoció el
mundo del canto y de la música desde su infancia. Fue niño prodigio, hasta el punto de empezar a componer su primera
ópera (Demetrio e Polibio) en 1806, con tan sólo 14 años,
aunque la concluiría finalmente el año de su estreno en Roma en 1812. Entre 1812 y 1815 estrenó 12 óperas, y el año 1816 fue uno de los más brillantes de su carrera
al estrenar consecutivamente Il barbiere di Siviglia (El barbero de Sevilla), La Gazzeta y Otello. En los años posteriores su frenética producción operística siguió creciendo con títulos como La Cenerentola (La Cenicienta), La gazza ladra (La urraca ladrona), Ermione, Zelmira, Semiramide e Il viaggio a Reims hasta alcanzar su cenit con Guillermo Tell (1829), con libreto en francés y tan famosa por su pegadiza y vibrante Obertura
como por ser la última ópera que compuso el cisne de Pésaro, tal y como
poéticamente se le denominó. Hete aquí que a sus 37 años el maestro,
tras haber firmado 39 óperas en 19 años, decide retirarse en la cresta de la ola para dedicarse a la verdadera pasión de su vida, la gastronomía, a la que nunca abandonaría hasta el final de sus días durante los posteriores 39 años hasta su fallecimiento en 1868.
Su gran amor por la gastronomía siempre
latió desde su Italia natal; y ya cuando llegó a París por primera vez
en 1823, su fama como músico le posibilitó conocer a intelectuales
franceses amantes de la cocina. En este ambiente de la crème de la crème parisina conoció a quien se convertiría en su gran amigo, el
prestigioso chef Antoine Carême, un revolucionario de la cocina y el
pilar sobre el que se sustenta la cocina moderna. Carême era por
aquel entonces el jefe de cocina de los Rothschild, la nobiliaria
familia célebre a su vez por su bodega Château-Lafite.
Tras vivir durante 25 años en Bolonia y en Florencia, en 1855 Rossini
se instaló definitivamente en París, donde el compositor también se
hará célebre por sus banquetes tras conocer al amor de
su vida, la pintora Olympe Pélissier, que fue su segunda esposa.
Entre ambos organizaban los más fastuosos festines, haciéndose famosas
en París las cenas que celebraban todos los sábados en
su casa a las que sus invitados –la flor y
nata de la época– debían acudir vestidos de rigurosa etiqueta y donde
se ofrecían magníficos vinos y platos de pasta cocinada por el propio Rossini.
Además de todo un sibarita que se hacía traer las más exquisitas
viandas (los embutidos de Bolonia como su afamada mortadela, los
jamones de España o el queso Stilton de Inglaterra) y los mejores vinos
de todo el mundo, Rossini era también un excelente cocinero.
Gran apasionado del foie y las trufas, todos los platos llamados "Rossini" o "a la Rossini", llevan alguno de estos ingredientes, como la deliciosa receta que hoy os presento.
- Cocer en abundante agua con sal 1 pechuga entera de pollo, unos 15´. Retirar, dejar enfriar y picar muy fino, que quede casi como un puré; añadir 100 grs. de paté de hígado de oca (retirando la gelatina) y mezclar todo bien. Formar unas bolas pequeñas y reservar en la nevera.
- Poner en una olla 1 litro de caldo de pollo y 250 ml. de nata líquida, y poner al fuego hasta que empiece a hervir. Salpimentar, añadir 50 grs. de queso emmenthal a daditos o rallado, unas setas troceadas finas, una pizca de nuez moscada y 50 grs. de mantequilla. Dejar cocer suave unos 10-15´.
- Servir 5-6 bolitas de pollo y foie en cada plato y cubrir con el caldo caliente.